"Varias noches al mes tengo que ?alzar el mono? y me voy a acostar en otro dormitorio donde hay una cama libre. Por suerte, tengo esa salida. El problema es que mi mujer ronca como una locomotora ¡y hasta llega a silbar! También da vueltas en la cama infinidad de veces: parece que fuera un gato por lo inquieta", exagera Roberto, de 51 años. "No voy a decir que por eso dejo de quererla, pero lamentablemente me quita el sueño por casi una hora a veces. Además, yo padezco de insomnio y no quiero tomar pastillas para no ser adicto. Tengo la desgracia de tener el sueño muy liviano: no exagero si digo que cae un alfiler y me despierto", agrega, y suelta una carcajada.
El hombre cuenta que su mujer, Isabel (49), es temática de la limpieza de los pisos, y que esa terquedad le molesta y es motivo de discusiones. "Cuando llega del trabajo, lo primero que hace es pasar el dedo por el piso del living o del dormitorio y siempre encuentra un poquito de tierra o una pelusa. Es suficiente para que comience a maldecir a la empleada y decir que al día siguiente le reclamará, y que, si no deja brillantes los pisos, le dirá que se vaya. No le importa que la mesa, los sillones o las sillas estén con tierra, ni que la comida esté sin sal o mal preparada. Ahí es cuando exploto yo, porque le digo que si la silla está sucia, uno se ensucia la ropa. Y si la comida no se puede comer, hay que llamar a un delivery. Esas dos cosas son más importantes que un piso brillante, creo yo, pero ella se empecina con ese tema y no da el brazo a torcer", se queja.
Isabel, a su vez, dice que no soporta el desorden. Maldice porque su marido llega del trabajo "y se empieza a desnudar en el living y termina en el dormitorio. Y en el camino va dejando la campera, la bufanda, el pulóver, la camisa, los pantalones, todo. El perchero está de adorno, a menos que yo le acomode ahí toda su ropa. Pero ya estoy cansada de reclamarle. Siempre me da la misma respuesta: ?estoy cansado, estoy muerto?, y se tira en la cama". También cuenta que ella es la que tiene que lidiar con los dos hijos (uno cursa el secundario y el otro es universitario). "El más chico es igual de desordenado que el padre, parece una copia. Y el mayor no colabora jamás cuando hay que limpiar el jardín, el fondo o su dormitorio. Yo tengo que ponerme en sargento porque a Roberto no se le mueve un pelo. Es fácil para él: ?a los hijos los cría la madre?, dice lo más pancho y se desentiende del problema. Y por eso discutimos".
Otro motivo de pelea es el dinero. "El me deja todos los gastos del súper para mí, porque dice que los impuestos, la ropa y el resto de lo que se gasta siempre corren por su cuenta. Y no es así, yo también colaboro. Además, las cosas en el súper siempre suben y mi sueldo es casi el mismo de principios de año. Así no se puede", rezonga.
Otro es el caso de Patricio (35), quien se queja porque su pareja, Rosana, es "una mujer indiferente en la intimidad, que me retacea su amor y sus caricias. Yo le reclamo y ella dice que es su forma de ser, que tengo que acostumbrarme y le da un corte a la conversación. Eso me enoja; no me gusta que no quiera hablar del tema, y entonces llegan las discusiones, que cada vez son más fuertes". Dice que hay otros problemas entre ambos, "pero son los comunes en toda pareja. Además, reconozco que es una excelente madre, se lleva muy bien con mis hermanos y mis padres, y es muy trabajadora. Pero lamentablemente, tiene ese defecto que siento que nos está separando día a día". En ese sentido, la sexóloga Mileva Pavicich indicó que "una disfunción o el deseo sexual disminuido pueden condicionar o afectar una relación de manera significativa, al punto de desembocar en fuertes discusiones. Hay casos en que la pareja se adapta: resigna la satisfacción plena o minimiza el problema, ya que enfrentarlo sería doloroso o difícil de resolver".
"La rutina y el displacer -agrega- destruyen cualquier relación. El nivel de frustración puede ser cada vez mayor, sumado a la falta de diálogo -por las peleas previas- y a la creencia de que el otro debe satisfacer mis expectativas sexuales. Bajo esta perspectiva, muchos llegan a la instancia de divorcio. Y entre ambos extremos existe la infidelidad". La especialista asegura que "una pareja con amor y sexualidad viva tiene más posibilidades de subsistir que aquella donde la llama de la pasión se extingue".
Por otro lado, Ana (48) dijo que casi todas las rencillas con su pareja estuvieron ligadas a la falta de compromiso de Jorge con la crianza de los hijos. "Era un padre ausente (no físicamente), al punto que de la escuela me llamaron porque decían que mi hija no lo registraba en los dibujos que hacía sobre su familia. Desde el principio se negó a llevarla a clases. Y por todo esto discutimos mucho", contó. La mujer, separada hace dos años, no se queja por lo económico: "él cumplía con los gastos de la casa y yo también aportaba", dice. Otro motivo de fricciones fue porque la pequeña dormía con ellos. "El no la quería en la cama, pero yo la amamantaba, se quedaba dormida y si la quería pasar a otra cama se despertaba", se justificó.